09 diciembre 2019

DETRÁS DE ESE ÓRDAGO DE TU HIJO ADOLESCENTE, RASCAS Y SOLO HAY MIEDO


Hay que modular porque «hay padres que les dejan sueltos demasiado pronto generando niños angustiados y otros que les educan en el autoritarismo. El desenlace es el mismo: ciudadanos inseguros que se van a refugiar en el rebaño, en la secta y que se van a merendar los de siempre».

Autor: padresycolegios.com



Santiago Álvarez de Mon, profesor de Recursos Humanos (Dirección de Personas, lo llaman ahora) del IESE. Articulista y consultor de numerosas empresas, deja huella. Su estilo directo –¿provocador?– y sus sugerentes ideas sobre la dirección de personal en la empresa me pellizcaron la curiosidad: ¿tendrá algo que aprender un padre o una madre de familia del directivo de una empresa? ¿pueden ser aplicables en el hogar alguna de las técnicas de dirección que se estudian en un MBA?…

Pregunta.¿Hay similitudes entre la figura del directivo de una empresa y la figura del padre o madre de familia? 
Respuesta. Hay similitudes y diferencias. En cuanto a las diferencias, el trabajo que se hace en la familia me parece mucho más crítico porque se trata con niños y alguien dijo que es más fácil educar a un niño que enderezar a un adulto. En el ámbito profesional tenemos que ser competentes, compañeros, la amistad ya veremos si surge… mientras que la familia se caracteriza por los lazos de afecto y de sangre. En cuanto a las similitudes, la familia te deja espacios de individuación donde encontrar tu propia personalidad al tiempo que participas de una comunidad. En la empresa también: tienes que descubrir tus talentos y poder expresarlos. El directivo es aquél que coloca a cada uno en su sitio, le permite correr en su carril y desarrollar los talentos que Dios le ha dado.

P. En sus clases insiste en que en la dirección de recursos humanos sólo vale el lenguaje de los hechos –promocionar a un empleado, subirle el sueldo, despedirlo…– y que los discursitos sirven de poco. ¿Vale esto para la familia? 
R. Creo que sí. Yo tengo dos hijas en plena adolescencia. En primer lugar no te tienes que obsesionar con influir. Después, les tienes que dejar espacio para que se expresen y te hagan preguntas, porque si no, ¿cómo les conoces? Podríamos denominarlo educación por preguntas, dirección por escucha. Si te cuentan algo y te escandalizas y les sueltas un chorreo, aprenden a no contártelo.

P. De modo que hablar menos y escuchar más…
R. …y lo que tengas que decirles, si se lo puedes contar en tres minutos, no emplees un cuarto de hora. La homilía la aguantan poco. Y no te digo nada si la homilía tropieza con hechos que te desmienten. Si les dices que tienen que decir la verdad y luego tú llamas a mi casa y le digo a mi hija: «anda, di que no estoy»… Acabo de destrozar el discurso. Y ellas tienen un detector de mentiras para ver si hay consistencia entre los actos y las palabras. Y si hay un gap, se van a quedar con los actos. Si en algún ámbito hemos de ser consistentes es en la familia.

P. ¿Se puede tener mala conducta y luego ser un buen profesor, un buen padre, un buen educador? 
R. Tengo una obsesión desde el inicio de mi vida académica. Me fijo mucho más en el singular de un día normal que en los discursos públicos. No creo a ese profesor que pronuncia un gran discurso sobre la educación y que luego no atiende al alumno que entra en el despacho. El oficio de dirigir está muy pegado al arte de vivir, cómo eres como persona me da muchas pistas para saber cómo eres como directivo o como padre. Si como persona tienes lagunas importantes –sin pretender ser superhombres–, los dirigidos van a sufrir. Si no cuidas la brújula interior de la persona que eres, el personaje que representas –médico, profesor o padre– se va a resentir.

P. ¿Hay que ser amigo de los hijos?
R. Me parece estúpido pretender ser el colegui de mis hijos. Coleguis tienen muchos, padre uno. Yo soy mucho más importante que un amigo, soy su padre. Lo que no significa que esa relación no esté caracterizada por las notas de sinceridad y franqueza propias de la amistad. Es cierto que muchos padres pecan de estar demasiado cerca de los hijos y no les dejan crecer, les asfixian. Pero tampoco me gusta el trato que teníamos antes con nuestros padres. Yo baño a mis hijos porque creo que es bueno que lo haga; a mí mi padre nunca me bañó.

P. De modo que hay que dedicarles tiempo.
R. Debe ser una relación de calidad, pero uno de los ingredientes de la calidad es la cantidad. Ninguna amistad prospera si no la riegas un poco. No pienso que ese padre que pasa como un cometa y que sólo se dedica a cuidar del presupuesto familiar pueda luego mantener un diálogo fecundo con un adolescente. La calidad sin la cantidad me parece difícil. A veces viendo una película o en el fútbol te cuenta cosas. Pero si le dices: «Mira hijo, tengo quince minutos» y te pones en plan consultor, entonces se bloquea y se protege.

P. ¿Eso no es sobreprotegerles?
R. Es cierto que los padres podemos atontar. Por un lado, mucho cariño e interés, pero también mucha distancia y espacio para que ellos jueguen y sean niños.

P. En fin, esto de la educación es un problema, ¿verdad?
R. Los hijos no son el problema, el problema somos nosotros que los vemos como un problema cuando deberían ser una pasión.

P. Si un empleado se insubordina, lo despides. Pero a un hijo no lo puedes despedir…
R. Si se insubordina a los 14 es porque, quizás, no has hecho tu trabajo a los 4 ó a los 8 años, cuando son plastilina más maleable. No es cuestión de hurgar en un pasado que ya no puedes modificar, pero el órdago no te lo echan a los 14 sino que te lo echaron a los 8 cuando te pidieron tal juguete y no supiste negarte.

P. De acuerdo, pero ahora tiene 14 y echa su órdago, ¿qué hacer?
R. Detrás de ese órdago hay miedo. Un adolescente es una persona que está buscando un lugar bajo el sol, que está aflorando su proceso de individuación. Rascas, rascas y detrás de ese timbre de voz, hay miedo y como tiene miedo, echa órdagos.

P. ¿Hay que ponerse firme? 
R. Hay que ser selectivo con las amonestaciones. Aquí no puedes sacar tarjeta roja, no puedes despedirle, pero es cierto que hay que fijar límites. Prohibido prohibir, prohibido decir que no, prohibido echar una bronca oportuna, privada y constructiva… Detrás de eso hay un déficit de carácter que nos va a costar mucho en términos de sociedad y de consolidación de familias sanas. Hay faroles que hay que ver, partidas de mus que hay que jugar para darte cuenta de que no lleva nada.

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